Dicen que lo prometido es deuda y hoy voy a cumplir con una promesa que hice en mi anterior entrada. Y es que hoy llega al blog la que con toda certeza es la obra cumbre, universal, imperecedera, eterna... (os invito a que sigais la serie de elogios) de ese compositor pesarense que fue Gioachino Rossini. Me estoy refiriendo, como no, al celebérrimo Barbiere di Siviglia.
Hablando de la obra que hablamos muchos pensareis que no hace falta una presentación, pero como me consta que en el blog entran personas que están iniciándose poquito a poco en este mundillo creo que es necesario hacer el correspondiente estudio (llamémosle así) que hago con todas aquellas obras que aparecen en el blog por primera vez. Así que antes de lanzarnos sobre la grabación, vamos a presentar a Figaro y su troupe.
La ópera número 17 de Rossini vería la luz por primera vez el 20 de febrero de 1816, en el romano teatro Argentina. El libreto es obra de Cesare Sterbini, que ya había colaborado con el compositor en su ópera inmediatamente anterior: Torvaldo e Dorliska (si os interesa conocerla la teneis disponible en el blog). Está basado en la primera parte de la trilogía "figaresca" que escribiera Beaumarchais. La ópera tiene un predecesor musical: la homónima que firmaría el compositor Giovanni Paisiello. De hecho, con el fin de no "enfadar" ni a Paisiello ni a sus adeptos, compositor y libretista optaron por presentar la obra con el título Almaviva, o sia, L´inutile precauzione. Intervinieron en el estreno el español Manuel García en la parte de Almaviva, Geltrude Righetti como Rosina, Luigi Zamboni como Figaro, Bartolomeo Botticelli como Bartolo y Zenobio Vitarelli como Don Basilio. El resultado del estreno fue un verdadero fracaso. Cuentan las crónicas que la mala suerte se alió para que así sucedieran las cosas. Y es que Vitarelli se rompió la nariz antes de salir a cantar, un gato negro se cruzó por el escenario, a García se le rompió la cuerda de la guitarra mientras cantaba su serenata, el público abucheaba y se carcajeaba del compositor, etc. Y así es como una de las obras cumbres de la ópera cosecha un estreno desastroso, cosa que cambió en la segunda representación, que consiguió un gran éxito. Una anécdota cuenta que Rossini se marchó del teatro antes de que concluyera la representación y al rato escuchó como una algarabía se dirigía hacia su residencia. Pensando que querían agredirle por su ópera se escondió, si bien la realidad era bien distinta: lo que el público pretendía era felicitarle por su nueva obra. Y aqui comienza la inmortalidad del Barbiere, única ópera rossiniana que no ha desaparecido de los escenarios desde que nació. Se ha visto tremendamente maltratada y adulterada durante la época del limbo rossiniano (finales del siglo XIX, primera mitad del siglo XX) pero ha sabido resistir el paso del tiempo con la frente bien alta hasta que llegó la anhelada Rossini Renaissance y con ella las voces ideales para la obra que hoy nos ocupa.
Vocalmente la obra se distribuye de la siguiente manera: Rosina es un rol para mezzosoprano cómica. Berta es un papel secundario para soprano y su carácter es cómico. Con el rol de conde de Almaviva se da una situación ambigua: fue ideado para un baritenor y la tradición lo ha convertido en un rol contraltino. Figaro es un excelente ejemplo de papel para barítono cantante. El personaje de don Bartolo es un clásico para bajo buffo, mientras que el de don Basilio es más adecuado para un bajo noble para así conseguir un mayor contraste entre las voces graves. Los secundarios roles de Oficial y Fiorello son roles de carácter cómico para bajo.
Y ahora vámonos a por el entretenido argumento del que goza esta obra: Acto I. Nos encontramos en Sevilla. Aún no ha amanecido. Aparece un grupo de personas que se acerca sigilosamente para no llamar la atención (Coro: Piano, pianissimo, senza parlar). Se trata de una charanga dirigida por un tal Fiorello, criado del conde de Almaviva, que tiene orden de esperarlo en la calle bajo un determinado balcón. Y es que el conde se ha enamorado de una joven que vive justamente allí y, muy poco imaginativo, ha decidido darle una serenata. (Serenata: Ecco ridente in cielo).
El hombre termina de cantar su serenata e ingenuamente espera que su amada salga rauda y veloz al balcón aunque en realidad eso no ocurre. Almaviva se desanima pero es perseverante y lo volverá a intentar de otra forma por lo que paga lo acordado a la charanga, recibiendo un agradecimiento demasiado impulsivo y ruidoso por parte de los músicos (Conjunto: Mille grazie, mio signore).
Cuando al fin se marchan los músicos se escucha al fondo una voz. El conde se pregunta por la identidad del sujeto que se acerca y decide esconderse para observarlo. Enseguida aparece el individuo en cuestión, que resulta ser el famosísimo Figaro, barbero y “factotum” de la ciudad, el cual se vanagloria de todo lo que es capaz de hacer y de lo solicitado que está. Y es que siendo “factotum della cittá” goza de una gran popularidad (Aria: Largo al factotum della cittá!).
Almaviva lo ha reconocido nada más verlo ya que, antaño, lo tuvo a su cargo. Va a su encuentro y Figaro también lo reconoce al instante pero el noble le ruega que no pronuncie su nombre en voz alta. El motivo está bien claro. Le cuenta que está en Sevilla buscando a una joven de la que se enamoró en Madrid mientras paseaba por el Prado. Pero hay un escollo: su padre no permite que nadie se acerque a ella. El conde está de suerte. Figaro le narra que él ejerce el oficio de barbero en dicha casa, y que el hombre con el que convive la joven no es su padre, sino su tutor. Le relata además que a la casa acude un cura a enseñar canto a la muchacha. También viven en la casa Ambrogio y Berta, criados del tutor. El conde atiende con total atención a todo, ya que le conviene recoger toda la información posible, pero pide al barbero que a partir de ahora se dirija a él con el nombre de “Lindoro”. “Lindoro” será primo de Figaro y estudiante pobre. El motivo es que Almaviva pretende que la muchacha se enamore de él de corazón y no por sus riquezas. En este momento, Figaro le propone que le cante una nueva serenata a la muchacha, a lo cual accede (Serenata: S´e il mio nome saper voi bramate). La joven, que la está escuchando, le ruega al concluir la primera estrofa que siga cantando pero al término de la segunda alguien la aparta de inmediato del balcón y lo cierra a cal y canto. No obstante ha tenido tiempo de lanzarle un mensaje por la ventana al conde en el que muestra cierto interés por él.
Ello desespera a Almaviva y ruega a Figaro que le ayude a entrar en la casa. El barbero acepta a cambio de una bolsa de monedas y le propone un plan extraordinario: ha llegado a Sevilla un regimiento y los soldados tienen derecho a alojarse en cualquier casa de la ciudad siempre que presenten la orden oportuna. Se da la feliz casualidad de que Almaviva conoce al coronel de dicho regimiento por lo que será fácil conseguir la orden. Figaro por su parte le proporcionará un disfraz de militar, a la vez que le aconseja que se finja borracho ya quede esa manera el tutor no sospechará nada. Una vez ideado el plan ambos marchan para prepararlo todo (Dúo: All´idea di tal metallo).
Ahora nos trasladamos a una de las habitaciones de la casa y en ella encontramos a Rosina, la joven de la que está enamorado Almaviva. Se ha quedado fascinada con la serenata que el conde le ha dado y nos da una idea detalladísima de cómo es: ella es una muchacha inocente y dócil, pero si alguien le hace algo ya se puede ir preparando la “víctima” porque se puede convertir en una víbora (Aria: Una voce poco fa).
Acto seguido tiene lugar la aparición del doctor Bartolo, que regaña severamente a la pobre muchacha, a la que la tiene totalmente sometida y aislada en su casa. Pero es que el doctor está enamorado de su pupila y quiere casarse con ella. Además, la dote que recibiría en caso de efectuarse el matrimonio sería atractivamente cuantiosa. A continuación entra don Basilio que, además de ser maestro de música y cura, es muy chismoso. Llega con una noticia que pone los pelos de punta al tutor: ha llegado a la ciudad el conde de Almaviva y se rumorea que ronda a la muchacha. Para desprestigiarle propone a Bartolo tramar una calumnia pero el viejo no sabe muy bien de que va su plan. Don Basilio se lo explica de manera harto clara (Aria: La calunnia é un venticello). Al doctor no le convence la idea, ya que lo que quiere es acabar con el tema cuanto antes y la idea de don Basilio va a llevar tiempo elaborarla. No obstante nunca viene de más tener un plan alternativo.
Figaro, escondido, lo ha escuchado todo y una vez que el dúo se ha marchado va en busca de Rosina. Tras adornar el asunto con un poco de intriga, le hace saber a la joven que su primo Lindoro está muy enamorado de ella y que está deseando verla, pero para ello es necesario que le escriba una carta que le sirva como muestra de que ella también está interesada en él. Figaro va en busca de pluma y papel para que la escriba y Rosina, que se las sabe todas, se saca del escote la carta ya escrita. Figaro, sorprendido y maravillado, alaba la astucia de la muchacha (Dúo: Dunque io sono, tu non m´inganni).
El barbero se va corriendo pero llega de nuevo el doctor Bartolo, que no se fía mucho de la muchacha. Le pregunta si ha estado con Figaro, y responde afirmativamente, haciendo hincapié en que es un muchacho muy amable y además muy agraciado. El doctor se percata de que el dedo de la muchacha está manchado de tinta y ésta alega en su defensa que se lo ha manchado a posta para contrarrestar el dolor de una quemadura que se ha hecho. Pero Bartolo sigue desconfiando y se pone a investigar en la habitación. Por una parte descubre que en la mesa tenía seis hojas y ahora sólo hay cinco, pero Rosina, improvisando, comenta que ha usado la que falta para envolver unos caramelos destinados a la hija de Figaro. Don Bartolo se da cuenta ahora de que la pluma está mojada, señal inequívoca de que la ha usado. Rosina le dice que la ha utilizado para dibujar una flor en un bordado que está haciendo. Bartolo no cree ni una palabra y sospecha que hay algo que él no sabe, así que ordena a la muchacha que se encierre en su habitación y no salga de allí para nada, ya que con un doctor de su condición no se puede jugar así (Aria: A un dottor de la mia sorte).
La muchacha obedece al viejo gruñón y Bartolo se va muy enfadado. De repente se escucha tocar a la puerta. Berta va a abrir, y entra un soldado borracho. Ese soldado no resulta ser otro que el conde, que ya ha puesto en marcha el plan de Figaro. La presencia de este soldado desconcierta a Bartolo, pero el supuesto militar le informa de que se quedará a dormir y le enseña la orden que ha conseguido. A Bartolo le incomoda mucho esta situación y refunfuña por ello. Mientras tanto Almaviva busca a la muchacha, la cual, viendo la escena, se pregunta qué harán allí el tutor y un soldado. Se acerca a curiosear y, en un momento de descuido del doctor, el conde le revela que es Lindoro. La muchacha se alarma y le exhorta a tener mucho cuidado.
Bartolo no está dispuesto a que se quede allí un soldado borracho y le hace saber que tiene una patente de exclusión que le da derecho a no acogerle, así que se va a buscarla. Mientras tanto, el conde tira al suelo una carta y pide disimuladamente a Rosina que la cubra con un pañuelo. El doctor, que tiene vista de lince, se da cuenta y va corriendo a ver que ocurre. El conde le impide cogerla pero él está empeñado en ver qué es esa nota. Rosina, muy astuta, consigue cambiar con un movimiento hábil la carta por la lista de la colada y se la da a Bartolo con toda la inocencia que cabe imaginarse. Cuando el tutor observa que en realidad se trata de la lista se queda con un palmo de narices. Mientras tanto, Rosina y Almaviva se ríen de él. En ese momento aparecen don Basilio y Berta, que se quedan extrañadísimos de todo el barullo que se está formando (Quinteto: Ehi di casa!).
Rosina se pone a lloriquear y reprocha al tutor que la tiene oprimida. Almaviva desenvaina su sable y va en busca del doctor diciéndole que va a pagar por lo que ha hecho. “¡Pero si yo no le he hecho nada!”, dice Bartolo. El embrollo es enorme y en ese momento aparece Figaro informando de que tienen armado tal jaleo que se escucha todo desde la calle. Tras un cruce de insultos entre Almaviva y Bartolo se oye tocar a la puerta: se trata de la guardia, capitaneada por un comisario, que acude allí a ver que pasa. Todos dan su versión de los hechos hablando a la vez, lo que desconcierta al pobre comisario. El hombre, para cortar por lo sano, decide arrestar al borracho pero el noble se levanta la solapa del cuello y le enseña la insignia del condado de Almaviva. La guardia, al estar ante un grande de España, se cuadra y ello termina de desconcertar aún más al desdichado Bartolo, que ya está al borde del infarto. (Final: freddo ed immobile).
El pobre hombre consigue sacar fuerzas de flaqueza para preguntar por qué no se llevan al soldado de allí pero no obtiene respuesta. En este momento todos manifiestan el tremendo lío que sienten en su cabeza y en este ambiente de desconcierto general culmina el acto I (Final: Mi par d´essere).
Acto II. Seguimos en la casa de Bartolo. Ya ha atardecido. El doctor comenta que ha ido al regimiento y que nadie conoce al soldado que tantos quebraderos de cabeza le ha ocasionado. Ello le hace sospechar e incluso casi asegurar que ese soldado no es tal, sino un enviado del conde de Almaviva con el objetivo de investigar sobre el terreno. Mientras Bartolo realiza sus elucubraciones alguien vuelve a llamar a la puerta. Abren y entra de nuevo Almaviva, esta vez disfrazado de don Alonso, profesor de música y alumno de don Basilio. “Don Alonso” saluda a mientras le desea que la paz y la alegría estén con él durante mil años, pero tanto insiste en ello que el doctor acaba poniéndose nervioso de tanto escucharlo (Dúo: Pace e gioia sia con voi).
“Don Alonso” narra a Bartolo que don Basilio está enfermo y que él acude a sustituirle para darle la lección de canto a la muchacha. Don Bartolo se calza para acudir a ver a don Basilio inmediatamente pero el conde le para los pies. En este momento, para ganarse la confianza del doctor, e informándole de que don Basilio no sabe nada de lo que le va a contar, le entrega la carta que Rosina le mandó en el acto I. Le dice que se la ha dado el conde y que es muy preocupante que alguien ronde a Rosina de esa forma. Por este motivo propone a Bartolo utilizar la carta para hacer que Rosina se sienta burlada y que acabe en los brazos del tutor. Ante argumentos tan convincentes Bartolo queda convencido y se va en busca de la joven para que comience la lección de canto. Llega la muchacha y al ver a “don Alonso” da un pequeño grito, ya que reconoce al momento a su amado. El doctor se queda extrañado ante la reacción de Rosina, pero ésta sale del paso adecuadamente alegando que se ha hecho daño en el pie.
Comienza la lección de canto y Bartolo se aburre, así que se queda dormido. En ese momento Almaviva aprovecha para decir a Rosina que no tema, ya que él, con la ayuda de Figaro, la rescatará. Bartolo se despierta y terminan con la lección (Aria: Contro un cor). Al tutor no le ha gustado nada el aria que han ensayado y dice que la música en sus tiempos era otra cosa. Para demostrarlo canta un minuetto de un famoso castratto, Caffariello (Arietta: Quando mi sei vicina).
Llega Figaro para afeitar a don Bartolo pero éste se niega porque ese día no toca afeitado y además no le apetece, así que le pide que venga de nuevo al día siguiente. Figaro le responde no va a poder ser porque su lista de espera es muy abultada. Bartolo acepta de mala gana y le da las llaves para que vaya a buscar lo necesario, momento que el astuto barbero aprovecha para robar la llave del balcón de la habitación de Rosina. Figaro, para llamar la atención del doctor, tira todo lo que puede por el suelo. Bartolo marcha raudo y veloz para ver lo que ha destrozado. El conde aprovecha ese momento para informar a Rosina de que Figaro tiene la llave del balcón y que dentro de poco acudirán a raptarla, cosa que llena a la chica de alegría.
Regresa Bartolo blasfemando pestes porque Figaro le ha roto media vajilla. En ese momento llega don Basilio, cosa que pone el corazón en la boca a Rosina, Almaviva y Figaro y hace que Bartolo se extrañe. El doctor le pregunta si ya se encuentra mejor pero don Basilio no sabe qué responder ya que no comprende el sentido de esa pregunta. Almaviva le dice en voz baja a Bartolo que no hable demasiado, ya que el clérigo no sabe nada del plan que tienen entre manos y lo adecuado es que nunca lo sepa porque en caso contrario todo se podría complicar. Por tanto, lo mejor es echarlo de allí lo antes posible. La respuesta de don Bartolo resulta alentadora: “no se preocupe, que ahora mismo lo echo”. Figaro comunica al clérigo que tiene muy mala cara y le diagnostica fiebre escarlatina, ante lo cual todos se horrorizan pero siguen sin conseguir que se marche. Almaviva le da una “bolsa de medicina”, que no resulta ser otra cosa que una bolsa con monedas de oro, y le ruega que guarde cama. Don Basilio, con tal “remedio”, se convence y decide irse para alivio de los allí presentes (Quinteto: Don Basilio! Cosa veggo!).
Figaro llama a don Bartolo al afeitado y comienza su labor. Mientras tanto Almaviva comenta con la muchacha que irán en su busca a medianoche y que no debe temer, porque nadie le reconocerá con su disfraz. Pero por desgracia, el doctor lo escucha: “¿con su disfraz? Bravo, bravísimo don Alonso. ¿Paz? ¿Alegría? ¡Bribones! ¡Majaderos!” son sus palabras. Figaro, Rosina y Almaviva no tienen más remedio que salir corriendo de la sala (Terceto: Orsú, signor Don Bartolo).
Bartolo comprende en ese momento que todo lo que don Alonso le había contado sobre don Basilio era incierto, algo que confirma el propio cura, que ha vuelto al lugar. Viendo que sus planes de boda con Rosina peligran acuerda que se casará esa misma noche con su pupila y pide a don Basilio que acuda a medianoche de nuevo junto a un notario para realizar el enlace.
Todos marchan de allí y aparece Berta afirmando que el amor es un problema. Ella es vieja pero a pesar de su edad también siente ese picorcillo que es el amor (Aria: Il vecchioto cerca moglie).
Ya ha anochecido y Rosina espera con impaciencia la llegada de la hora prevista. Pero don Bartolo acude en busca de la muchacha y le dice que el tal don Alonso no era otro que un enviado del conde de Almaviva, y que de marcharse con él será entregada al libertino noble. Para demostrarlo todo el tutor le da la carta que “don Alonso” le entregó al comienzo del acto. Rosina se siente ultrajada y traicionada. Por ello, confiesa a su tutor el “rapto” que se efectuará a medianoche y consiente contraer matrimonio con él, lo que hace que Bartolo se lleve la primera y única alegría de toda la ópera.
Estalla entonces una tormenta y mientras diluvia vemos como Almaviva y Figaro entran por el balcón gracias a unas escaleras y la llave que antes habían robado. Allí encuentran a la muchacha, que ha acudido para comunicar a ambos que no tiene la menor intención de irse con Almaviva. El conde se alegra por ello ya que comprende que la muchacha realmente estaba enamorada del humilde “Lindoro” y en ese momento descubre su verdadera identidad, lo cual sorprende a la muchacha. Aclarado todo, el terceto decide marcharse de allí, ya que Figaro ha visto dos personas entrando en la casa pero no pueden fugarse porque alguien ha retirado la escalera (Terceto: Ah, qual colpo). Entra ahora don Basilio junto a un notario, que son esas dos personas que el barbero había visto. Almaviva ofrece a don Basilio un anillo… y de paso dos balazos si se niega a hacer de testigo en el enlace entre Rosina y él. Don Basilio acepta sin chistar y se efectúa el enlace.
En ese momento llega don Bartolo acompañado del comisario y le ordena que detenga a Figaro y Almaviva, a los cuales define como ladrones. Pero ya poco se puede hacer: Almaviva confiesa a Bartolo su verdadero nombre y el doctor se queda alucinado. Le pide que cese al fin de resistirse, ya que no puede hacer nada: Rosina es suya y sabrá tratarla mucho mejor. Para contentar al tutor le cede el importe íntegro de la dote (Aria: Cessa di piú resistire). Bartolo reconoce sus faltas y bendice a la pareja, cosa que llena de alegría a todos. Y en este ambiente de alegría general, termina la ópera (Final: Di si felice innesto).
En lo tocante a arias alternativas y añadidas, en el Barbiere encontramos dos casos. Son los siguientes:
La mia pace, la mia calma. Se trata de un aria que sirve como alternativa a “Contro un cor”, lección de canto de Rosina. Rossini consideraba que dicha pieza podría entrañar ciertas dificultades a las intérpretes del rol, motivo por el cual compuso una nueva lección, más sencilla que la primera. En esta pieza, al igual que en la original, Rosina aprovecha la lección de canto para confesarle a Almaviva implícitamente el amor que siente por él. A mitad de la composición, el breve diálogo que mantiene con Almaviva es similar al de la lección original.
Ah se è ver che in tal momento. Se trata de un aria que se añade justamente antes de la escena de la tempestad. Rossini lo compuso cuando cambió la tesitura del papel de mezzosoprano a soprano en honor de la cantante Joséphine Fodor-Mainvielle. Su música fue tomada del aria de Sigismondo situado al final del acto II de la ópera del mismo nombre. El doctor Bartolo acaba de comunicarle a Rosina que el supuesto Lindoro quiere raptarla tan sólo para llevarla ante su señor, el conde de Almaviva. Tras el desengaño la muchacha, que aún desconoce que Lindoro es el propio Almaviva disfrazado, pide ayuda a Dios, espera que todo sea una calumnia y que su amado sea inocente.
En lo que respecta a autopréstamos, Rossini acude a algunas óperas anteriores para idear la música de su nueva obra. Se trata de las que siguen:
La cambiale di matrimonio. El aria de Fanny en La cambiale di matrimonio (“Vorrei spiegar il giubilo”) guarda bastante similitud con la parte de Rosina en su dúo con Figaro en el acto I de Il barbiere di Siviglia (“Dunque io sono”).
La pietra del paragone. La tempestad del acto II de ambos títulos son parecidas.
Aureliano in Palmira y Elisabetta, regina d´Inghilterra. Las oberturas son similares.
Aureliano in Palmira. La melodía que acompaña al coro con el que se inicia Aureliano in Palmira (“Sposa del grande Osiride”) es similar a la que acompaña el aria de entrada de Almaviva en Il barbiere di Siviglia (“Ecco ridente in cielo”). La cabaletta de Arsace en su gran escena del acto II de Aureliano in Palmira (“Non lasciarmi in tal momento”) es similar a la cabaletta del aria de entrada de Rosina en el acto I de Il barbiere di Siviglia (“Io sono docile”).
Sigismondo. El coro con el que empieza el acto II en Sigismondo (“In segreto a che ci chiama”) tiene la misma melodía que el comienzo del acto I de Il barbiere di siviglia (“Piano, pianissimo senza parlar”). El dúo de Ladislao y Aldimira del acto I de Sigismondo (“Perchè obbedir disdegni”) se asemeja en ciertos momento al aria de don Basilio del acto I de Il barbiere di Siviglia (“La calunnia è un venticello”).
Toda esta información (y la correspondiente al resto de las óperas del corpus rossiniano) la podeis encontrar en mi libro "Gioachino Rossini · Más allá de Il Barbiere".
Y hasta aqui toda lo necesario para introducirnos en el meollo del asunto. Ahora si os parece, vamos a lanzarnos con la grabación. Se trata de un registro recientísimo, tanto que es del ya día de ayer. Podeis ver todos los datos en la ficha de reparto:
Rosina: Elina Garanca
Almaviva: José Manuel Zapata
Figaro: Franco Vassallo
Bartolo: Bruno Praticò
Don Basilio: Peter Rose
Berta: Jennifer Check
Oficial: Mark Schowalter
Fiorello: John Moore
Ambrogio: Rob Besserer
Metropolitan Opera Orchestra and Chorus · Frédéric Chaslin
Estas funciones constituyen el debut de José Manuel Zapata en el coso neoyorquino. En esta representación le he escuchado vacilante en algún que otro punto de su interpretación, como por ejemplo en el "Cessa di più resistere". Quitando este "pero", Zapata nos da un sólido y noble Almaviva y sin atisbo alguno de frialdad, cosa que tanto el espectador como el oyente agradece (agradecemos; escuchad a la voz de ya su "Se il mio nome"). ¿Ha habido cosas que podrían haber salido mejor? Sí. Sería faltar a la verdad si se dijera con lo contrario. Los cantantes son humanos y tienen días mejores y días peores. Me aseguran que las funciones anteriores a esta fueron mejor en el terreno vocal. Yo me lo creo a pies juntillas. Elina Garança también debuta en el Metropolitan y literalmente se luce como Rosina. Con eso queda dicho todo. Se dice, se rumorea que estas funciones pueden constituir su despedida del rol... Vozarrón el de Franco Vassallo, aunque he echado en falta más matiz en el rol: en este aspecto a Figaro se le puede sacar mucho partido y no tirar siempre por la faceta más cómica del personaje. Esto es precisamente lo que hace Bruno Praticò con Bartolo. Tengo que decir que cada vez más me recuerda a la sobreactuación que hacía hace cincuenta años Corena en sus grabaciones y funciones de la obra. Y eso no es bueno. Todo lo contrario: es un error. Correcto, pero plano y tosco, Peter Rose como Don Basilio y muy bien Jennifer Check como Berta. Bien el resto del reparto. Y brillante Frédéric Chaslin al frente de la orquesta. Gran concertador: le ha inculcado a la partitura una gran vitalidad.
La toma que os ofrezco ha sido realizada por un servidor. El sonido es extraordinario. La grabación va, como de costumbre, editada y fragmentada en pistas. Aqui teneis los enlaces:
CD1, primera parte
CD1, segunda parte
CD2, primera parte
CD2, segunda parte
¡Pues nada más de momento! Que disfruteis de la ópera cumbre rossiniana.