martes, 15 de mayo de 2007

Vedi! Le fosche notturne spoglie...

Se acerca un mes de junio en el que será protagonista en el Real de Madrid Il Trovatore, una de las obras cumbres de ese compositor que fue Giuseppe Verdi y situada en el ecuador de la trilogía que culminaría con los denominados años de galera y que completan "Rigoletto" y "La Traviata". Con vistas a la llegada de Manrico y compañía a la capital del reino, en esta ocasión el blog le dedica su entrada semanal a la versión original de esta ópera. Y digo "versión original" porque, si recordais, hace un tiempo le estuvimos prestando atención a la versión francesa de la obra estrenada en 1857, cuatro años después de la versión original. Puesto que en aquella ocasión ya se estuvo hablando del contexto histórico de la obra, vamos a pasar directamente a su argumento, no sin recordar que podeis recordar la entrada dedicada a "Le Trouvère" en este enlace.

Pues como os comento, vámonos directamente al desarrollo argumental de la obra, bastante farragoso y surreal por otra parte. Como ya ha sucedido en alguna que otra ocasión, el argumento va a ser por cortesía de Intermezzo, el servidor de argumentos operísticos en castellano.

Acto I. En la sala de guardia del castillo de Aliferia, en Zaragoza (España), los guardias hablan de los asuntos de su comandante, el Conde de Luna. Comentan que el Conde pasa las noches bajo el balcón de la elejida de su corazón, que parece preferir las serenatas de cierto torvador...

Los soldados que luchan contra el sueño, hacen que un viejo oficial, Ferrando, les vuelva a contar la terrible historia de garcía, hermano menor del Conde de Luna. García estaba todavía en la cuna cuando una horrible bruja le arrojó un maleficio. El empezó a debilitarse, y su padre creyó poder salvarlo enviando a la vieja gitana a la hoguera. Pero ésta tenía una hija que, para vengar a su madre, arrebató al niño. Nunca se encontró al pequeño García ni a su raptora. Sólo los restos calcinados de un niño de su edad encontrados en el lugar donde se ajustició a la bruja, sugerían que el niño había sido víctima de crueles represalias.

Sin embargo, el viejo Conde creía que su hijo estaba vivo y en el lecho de muerte, hizo prometer a su hijo que continuaría con la búsqueda. El mismo Ferrando está seguro de poder reconocer a la hija de la bruja, incluso después de haber pasado veinte años. Todavía hoy, se considera que la bruja, en persona, aparece por el palacio. Cuando suenan las doce campanadas de medianoche, los hombres se dispersan presos de un miedo supersticioso.

La siguiente escena se desarrolla, igualmente, por la noche, pero en los jardines del palacio. Leonora está haciendo confidencias a su doncella Inés sobre el amor que ella siente por un caballero desconocido que ella coronó tras su victoria en un torneo, pero que ella no volvió a ver tras esl estallido de la guerra civil. Después, una noche, escuchó a un trovador que le daba una serenata en el jardín y ella reconoció en él al caballero de la armadura negra. Inés considera que esta relación es peligrosa y le aconseja que la olvide. Pero Leonora reafirma su pasión y dice que su amor por el tenor es eterno.

Ella entra en el palacio acompañada de Inés y mientras tanto aparce el Conde. Él declara su amor por Leonora y al escuchar la voz de su rival, el trovador Manrico, es devorado por los celos. Se tranquiliza desde el momento en que Leonora se arroja a sus brazos. Pero lo que ha ocurrido es que, en la obscuridad de la noche, ella lo ha confundido con Manrico. Un rayo de Luna que atraviesa las nubes deshace el malentendido, y los tiernos impulsos de Leonora cambian de persona. El Conde Luna furioso y Manrico embelesado se enfrentan violentamente. El primero amenaza al segundo, el cual tiene la doble culpa de ser su rival afortunado y un proscrito político. Ellos cogen la espada y se alejan para batirse en duelo, mientras que las joven cae desvanecida. Culmina así el acto I.

El segundo acto nos lleva a un campamento de zíngaros al pie de las montañas. Los nómadas cantan alegremente mientras trabajan. Posteriormente son interrumpidos por el lamento lúgubre de una mujer sentada cerca del fuego: Azucena. Ella habla de un acontecimiento lejano que ya fue contado en el primer acto: la ejecución de una pretendida bruja condenada a ser quemada viva...

El día avanza y los gitanos se dispersan. Sólo quedan Azucena y un joven (Manrico en persona) que la urge a que hable mñas sobre esta visión horrorosa que parece obsesionarla. Ella le vuelve a contar la historia de la bruja ajusticiada, con detalles escalofriantes, pero añadiendo una revelación capital: era tal su enloquecimiento por el dolor que estaba indiferente a todo lo que no fuera la venganza reclamada por su madre, y en estas circunstancias y en plena locura, el niño que ella arrojó a las llamas no era el hijo del Conde sino su propio hijo.

Manrico que creía ser su hijo, le pregunta entonces con una cierta ingenuidad: "Pero, entonces, ¿quién soy yo?". Azucena se desdice enseguida, pretendiendo que ella ha perdido la cabeza cuando ha evocado la terrible tragedia y asegura al joven que es su hijo, ¿sus cuidados maternales no le han salvado la vida?.

Manrico, entonces, le cuenta que después de su duelo con el Conde, al que inexplicablemente lo perdonó cuando lo tenía a su merced, fue vencido y dejado por muerto en el campo de batalla por su adversario menos generoso. Azucena le hace jurar que él no vacilará en matarlo si la ocasión se presenta de nuevo. Su conversación es interrumpida por la llegada de un mensajero trayendo la noticia de que Leonora, creyendo a Manrico muerto, va ha ingresar en un convento esa misma noche. A pesar de los esfuerzos de Azucena que quiere retenerlo, el trovador salta sobre un caballo y desaparece.

En la siguiente escena, el Conde ha reunido a sus seguidores en el convento cerca de Castellor, donde Leonora tiene la intención de tomar el hábito. Él está decidido a impedírselo a cualquier precio y luego llevársela. Una campana anuncia el comienzo de la ceremonia, pero el Conde está cada vez más determinado a que Leonora sea suya. Ella pertenecerá al Conde y no ha Dios. Ignorando al coro de religiosas que exhortan a la oración, el Conde continua reclamando para él a Leonora.

Leonora, acompañada por algunos sirvientes afligidos, se prepara a cruzar el umbral del convento. Luna sale de su escondite y va a cogerla cuando un hombre se interpone: "¡Manrico!". Todos lanzan exlamaciones liberando los diversos sentimientos que origina el ver al trovador resucitado; quien no tiene ningún problema en persuadir a Leonora para que lo siga. El Conde no quiere renunciar a su presa, pero los partidarios de Manrico lo desarman. Termina así el acto II.

Acto III. Al levantarse el telón se escuchan los cantos alegres de un coro de soldados en el campamento del Conde Luna, que va a atacar una plaza fuerte,Castellor, defendida por Manrico. Ferrando anuncia la captura de una zíngara acusada de espionaje. Es Azucena que, encadenada, es arrastrada hasta los pies del Conde. Ella responde con evasivas a los interrogatorios hasta el momento en que Ferrando, que la ha reconocido, la denuncia. Ella se traiciona a sí misma al llamar a Manrico para que la ayude. Entonces el Conde se regocija: al ajusticiar a Azucena, conseguirá dos objetivosa la vez, alcanzar a la madre de su peor enemigo y a la homicida de su hermano.

Segunda escena. En el interior del castillo de Castellor, donde Manrico se ha refugiado con Leonora, cerca de la capilla donde va a celebrarse el matrimonio de ambos. El primero da sus órdenes a la vista de como discurre la batalla. Después él busca a su prometida para tranquilizarla. Manrico canta su amor por Leonora: "Ah, sì, ben mio" ("Ah, sí, amor mío, soy tuyo"). Todo está dispuesto para la celebración del matrimonio y se oye en la lejanía el órgano de la capilla del castillo. Pero el duo de amor no dura mucho, Ruiz, lugarteniente de Manrico, entra con la noticia de que Azucena ha sido apresada por las tropas del Conde. Desde las ventanas del castillo se ve a Azucena que es conducida por los soldados a la hoguera. Manrico trastornado revela a Leonora que la zíngara es su madre y canta entonces su determinación de salir del castillo sitiado, dejando en él a su prometida, para salvar a su madre: "Di quella pira" (De aquella hoguera..."). Leonora, Ruiz y el coro de soldados se le unen a Manrico. Finalmente sale y corre en ayuda de su madre, culminando así el acto III.

Acto IV. El castillo de Aliaferia. Se distingue en la negra noche una torre de aspecto siniestro, con estrechas ventanas con barrotes. El rescate de Azucena ha fracasado y ambos están prisioneros. En la noche, Leonora se acerca a la torre, acompañada de Ruiz con el propósito de salvar a Manrico a cualquier precio, quien posteriormente se aleja discretamente. La joven medita sobre la trágica suerte de su prometido que ahora se encuentra prisionero en la torre. Canta "S'amor sull'ali rosee" ("En las rosadas alas del amor"). Al principio sólo se escucha a lo lejos un coro que entona el "Miserere" por alguien que está a punto de morir, y sobre este fondo surgen los lamentos de Manrico, un grito de amor y de resignación, y los aciagos presentimientos de Leonora; la cual reafirma su voluntad y su certeza de salvarlo, incluso pagando con su propia vida. Entra en escena el Conde Luna dando sus instrucciones: al alba el hijo morirá por el hacha y la madre por el fuego. Sin embargo su triunfo es incompleto, pues Leonora ha desaparecido. Su sorpresa es muy grande cuando ella se presenta ante él. Y su despecho es aún mayor cuando ella le conjua, en términos patéticos, a que perdone al trovador, loco de celos, él rehúsa. Desesperada Leonora se ofrece en matrimonio al Conde a cambio de la libertad de Manrico, si bien tiene el propósito de envenenarse cuando aquél esté libre: "Mira d'acerbe lagrime" ("Mira las amargas lágrimas"). En primer lugar incrédulo, después lleno de alegría, Luna acepta jubiloso y se apresura a modificar sus primeras instrucciones, mientras que Leonora absorbe furtivamente el veneno contenido en su anillo.

Nos trasladamos a un calabozo sordido en el interior de la torre. Manrico se esfuerza por calmar a Azucena, prometiéndole sacarla de allí, que ante la perspectiva de la hoguera casi ha enloquecido. Manrico acaba por tener éxito en calmar a la agitada mujer. Azucena recuerda los días felices cuando ellos vivían en las montañas: "Ai nostri monti" ("A nuestros montes"), y ella acaba por dormirse.

Entra Leonora y dice a Manrico que está libre, pero al saber el precio de esta libertad, la rechaza. El veneno comienza a hacer efecto, entonces Leonora le dice que ha tomado un veneno y muere en los brazos de su amado. Llega el Conde y al conocer lo ocurrido, se siente burlado y ordena la ejecución de Manrico, que es conducido fuera de la torre. Entonces Azucena se despierta y, desde la ventana, ve caer la cabeza de su hijo... adoptivo; y dice al Conde que la persona a la que ha mandado ejecutar es su propio hermano y con furiosa alegría exclama que, por fin, su madre ha sido vengada. Ella se desploma a su vez, aparentemente muerta de emoción; y Luna dice la última palabra reprochándose el "vivir todavía".

Y tras el argumento, vámonos con la versión. En esta ocasión os ofrezco una grabación en directo, de buen sonido, considerada como memorable: la de Karajan, del 31 de julio 1962:




Tener como Leonora a toda una verdiana como era Leontyne Price es ya una garantía de calidad. Si a ello unimos a una Giulietta Simionato en plenitud para Azucena, llegaremos a la conclusión de que la pareja femenina vocal es inmejorable. La perversa aristocracia unida a un bellísimo canto por parte del malogrado Ettore Bastianini nos asegura un Conde de Luna magistral. Franco Corelli hace todo un alarde de facultades, si bien se echa en falta más matización para Manrico (como nota curiosa, su Do final de "Di quella pira" flaquea durante unos instantes para posteriormente volver a tomar fuerzas). Completando el reparto, un correcto pero rudo Nicola Zaccaria como Ferrando, Laurence Dutoit como Ines, Siegfried R. Frese en el papel de Ruiz, Rudolf Zimmer como un viejo gitano y un joven Kurt Equiluz en la parte del mensajero. Herbert von Karajan dirige magistralmente a una orquesta que prácticamente se dirige sola: la Wiener Philharmoniker. El coro, naturalmente, es el de la Wiener Staatsoper.

Y para terminar, pues aqui van los enlaces. A disfrutarla:

CD1
CD2


7 comentarios:

Jalu dijo...

Me encanta tu blog :D
No me pierdo ninguna entrada.
FELICITACIONES :D
Jalu

Anónimo dijo...

De más de 30 versiones que he escuchado de Trovatore, esta se lleva todas las palmas!!! Gracias Caro Antonio!!! Possa

Anónimo dijo...

Hola fiera:
vas a recibir en tu correo un idem mío con este nombre luisdg122@gmail.com
felicidades, saludos y abrazos

Anónimo dijo...

No conozco aún esa grabación del Trovatore (mi grabación favorita es la con Callas, de 1956), ¡pero vi Leontyne Price cantando "D'amor sull'ali rosee" (en YouTube) y me encanté! Ella es realmente una gran intérprete verdiana.

(¡Perdón por mi español, que no es muy bueno!)

Anónimo dijo...

¡Muchísimas gracias por compartir este Trovatore!
Era exactamente lo que estaba buscando.

fabiana dijo...

Blog Muy Bueno. ? Seria possível postar outra vez IL TORAVATORE com Corelli e Price ??? Obrigado

Unknown dijo...

La verda quiero decir gracias por la tema y tu trabajo que escribiste muchas cosas todos son muy buenas y interasantesexcursiones en estambul
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